DICCIONARIO DEL QUE DUDA

Publicado en , EUA, España, Corea del Sur, Italia, Alemania, Francia, Canadá,

DESCRIPCIÓN

Una suerte de diccionario de ideas recibidas de la civilización occidental, en la estela de Flaubert, Ambrose Bierce, el Dr. Johnson, o la “Enciclopedia” de Diderot. Con un sentido común por demás agresivo, John Ralston Saul coloca en el punto de mira de su ironía a la tecnocracia y el conformismo social actuales. “Desde una perspectiva humanista, el alfabeto puede ser una herramienta para examinar la sociedad, y el diccionario una serie de preguntas, una indagación del sentido, un arma contra el saber heredado y por tanto contra las premisas del poder constituido”, escribe. Contra la dictadura de la eficacia reivindica el error. Es una reivindicación del humanismo en lo que éste tiene de imaginación y capacidad creadora.


COMENTARIOS POR PAÍSES

Argentina

La erudición vigilante – Santiago Kovadloff La Nacion, 29 de abril de 2001

Por la resolución con que se vuelve contra sus primitivas creencias, se diría que el canadiense John Ralston Saul es un converse cabal. Antes de llegar a ser quien es – un inspirado y reconocido ensayista y novelista, Saul fue un magnate del petróleo, es decir que proviene del riñón del poder. Sin embargo, el sentido crítico y autocrítico del que da pruebas a cada paso, la recurrencia al matiz, su propensión al debate y la suspicacia que demuestra ante lo que parece inequívoco impiden confundirlo con un dogmático e indican que estamos ante un demócrata.

 

Si es entonces cierto que sus valores de hoy no son los de ayer, también lo es el hecho de que el modo en que con ellos se relaciona tampoco se emparienta con sus hábitos pasados. Es el suyo esencialmente un espíritu flexible, abierto, y así lo prueba este Diccionario del que duda, homenaje fervoroso al viejo maestro que recorría las calles de Atenas, desvelando a sus conciudadanos con preguntas inoportunas.

 

Lo propio de un diccionario es ordenar, explicar y definir. Al ser éste un diccionario del que duda, lo que en él se aclara y precisa es aquello que a Ralston Saul lo invita a poner en tela de juicio pareceres y criterios asentados por el uso o la convención, en los que la verdad se perfila con sospechosa transparencia, es decir, con simplismo desmedido. Consecuentemente, es la vigilia ejercida con jovialidad y espíritu apasionado lo que resalta en cada una de estas páginas y a lo largo de más de trescientas entradas. Todo, por eso, en este libro propone leerlo como una auténtica autobiografía intelectual.

 

Al igual que los dos libros previos que le dieron justificada proyección – La civilización inconsciente y Los bastardos de Voltaire -, este diccionario prosigue la embestida ralstoniana contra el esquematismo conceptual imperante en nuestro tiempo. Su autor, doctor en ciencias políticas, historia y economía por el King Collage de la Universidad de Londres y la McGill University, asegura que el pensamiento occidental se ha esclerosado. La razon, encorsetada en las exigencias que le imponen los afanes doctrinarios, ha dejado de ser un instrumento liberador para convertirse en el gendarme empecinado de la mezquindad. Del mal uso que de ella se hace resultan las desmesuras propias de la hiperespecialización y de la ideologización in extremis. Frente al auge de la jerga de lose especialistas, esos a los que Ortega hace setenta años llamaba “bárbaros modernos”, se hace indispensable recuperar una lengua franca, expresiva, universal, capaz de contener el aluvión de los dialectos que cae sobre la palabra, escenario y fruto del encuentro solidario entre los hombres.

 

A este fin resueltamente antitotalitario quiere contribuir el Diccionario del que duda analizando los riesgos implícitos en una concepción inconsistente de la economía globalizada, en la intolerancia de corte racial y cultural y en la proclividad a confundir la sabiduría con el conocimiento. Concisa en sus enunciados y rebosante de vitalidad, la prosa de este agudo ensayista que se muestra como digno heredero de las inquietudes de Marshall McLuhan cautiva e inquieta, dando forma, página a página y vocablo a vocablo, a un nuevo cauce para el viejo oficio socrático de interrogar y devolver espesor a los problemas que el prejuicio o la frivolidad echan a perder.

 

Si éste es el Diccionario del que duda nadie que busque sosiego debería frecuentarlo. Fiel a la estirpe voltaireana de la que desciende, la fuerza de su propuesta se nutre de las enseñanzas del memorable Dictionnaire philosophique, ese tratado de subversión que la lucidez de un temperamento singular supo imponer a los convencionalismos de un siglo engreído. Pero, claro, no en vano han transcurrido los doscientos cincuenta años que separan las páginas de Voltaire de las de Ralston Saul. Aquel fervor por las Luces, encubridor de tantos prejuicios como los que ayudó a expurgar, cede hoy su lugar a una enérgica convocatoria al sentido común en pro de un mundo más solidario, menos hipócrita y decidido a enfrentar a los idólatras del cálculo y las impiedades del poder en las que parece complacerse la desorientación moral contemporánea.

 

Ralston Saul caracteriza unos trescientos vocablos, todos ellos reveladores de inquietudes dominantes en nuestra época, a la que se interpela siempre con sagacidad y sin contemplaciones. Véanse si no algunos de los términos que se toman en consideración: aire acondicionado, anorexia, armamentos, consumo, consultores, corporativismo, relaciones públicas, tecnócrata, verdad, xenofobia, zapping. Y entre tantas precisiones memorables, esta certera semblanza de Platón: “Novelista brillante. Consumado humorista. A pesar de ello, no reinventó a Sócrates tanto como habría deseado”. O bien esta otra del Sofista: “Modelo original del tecnócrata del siglo veinte; con mayor precisión, del graduado de la escuela de negocios y el consultor académico”.

 

Es fácil reconocer en Ralston Saul los procedimientos intelectuales del humanista contemporáneo, siempre cauto ante toda intención sistemática que no desconfié de su propia consistencia. Su pensamiento guarda, en este sentido, muchos puntos de contacto con el de Paul Feyerabend, especialmente con las ideas que éste expuso en el Tratado contra el método. Asimismo, es fácil reconocer en nuestro autor la huella bienhechora de Edgar Morin, autor de este enunciado que Ralston Saul no hubiera dudado en refrendar: “La verdadera racionalidad, abierta por naturaleza, dialoga con un real que se le resiste”.

 

La tecnolatría y la renuncia al pensamiento complejo, dos procedimientos poco menos que rituales en esta época y que, a juicio del escritor canadiense, privan a la vida intelectual de todo provenir, son incesantemente denunciados en este agilísimo diccionario en el que la seriedad y el humor se llevan de maravillas. Un último obsequio. Su semblanza de Thomas Hobbes: “Tenia razón en una cosa: hay una relación sólida entre el autoritarismo y la dificultad de los humanos para lidiar con el miedo a la muerte”.

[:]